miércoles, 11 de mayo de 2011

LA FAMILIA EN ROMA.


FAMILIA Y MATRIMONIO

La familia dentro de la sociedad romana. El elemento básico de la sociedad romana era la
familia, entendida en su sentido más amplio, o sea, el conjunto de parientes carnales con sus
esposas e hijos, más la servidumbre, y con todos los bienes muebles e inmuebles que constituían el
patrimonio familiar. Jefe de la familia era el pater familias, verdadero rey del pequeño estado
doméstico, único depositario de los derechos religiosos, civiles y judiciales. En virtud de la patria
potestas, era, en efecto, sacerdote, juez y propietario absoluto de la hacienda; su autoridad era
ilimitada sobre todos los suyos, mujer, hijos y esclavos, y podía también disponer de lo que ellos
adquirieran mientras no se les concediera el derecho a un peculium, o propiedad privada. El padre
podía incluso vender a los hijos, y de hecho la emancipatio, acto por el que el hijo quedaba libre de la
potestad paterna, tenía la forma de una venta simulada, a seguida de la cual el comprador daba a
aquél la libertad.


El matrimonio. El matrimonio tenía una importancia capital en la vida romana, y sus efectos
no se limitaban al ámbito doméstico. Para ser ciudadano había que ser hijo de padres unidos en
legítimas nupcias, y de ello dependían los derechos que propiamente constituían la ciudadanía; en la
esfera privada, los derechos de poseer, testar y heredar, y en la pública el de votar en las asambleas
y aspirar a las magistraturas.
Para que un matrimonio fuera válido, los contrayentes debían estar en posesión del derecho
de conubium, que en un principio sólo poseían los patricios, pero que luego se extendió a todos los
ciudadanos.
Había dos tipos de matrimonio, con manus y sin manus. En el primer tipo, la mujer se
emancipaba de la tutela paterna y pasaba, ella y la dote aportada, bajo la autoridad del marido (in
manum mariti conveniebat). En el segundo tipo, la esposa seguía sometida a la autoridad de su
padre o tutor y conservaba la propiedad de sus bienes.
El matrimonio con manus podía adoptar tres formas distintas. La más antigua, reservada a
los patricios, consistía en una ceremonia sacramental, llamada confarreatio, en la que los dos
contrayentes, en presencia del pontifex , del flamen dialis y de diez testigos, ofrecían y comían juntos
una torta de espelta (far). Éste era el matrimonio propiamente religioso, que sólo podía ser disuelto
por una ceremonia análoga, llamada diffarreatio. El matrimonio per confarreationem cayó pronto en
desuso.

Las otras dos formas con manus, probablemente de origen plebeyo, carecían de este
carácter religioso y equivalían a nuestro matrimonio civil. Una era la coemptio, o compra simulada de
la mujer; otra, el usus, forma todavía mas simple, en que el matrimonio se hacia legítimo cuando los
contrayentes habían convivido durante un año sin interrupción.
Pero el matrimonio con manus ofrecía el inconveniente de que la mujer perdía toda su capacidad
jurídica en favor del marido, al cual quedaba sometida como si fuera su hija (in loco filiae); esto
acarreaba graves consecuencias en lo que concierne al derecho de propiedad. Para eludirlas se
imaginó una forma de matrimonio libre, sin conventio in manum, en el que la esposa conservaba su
plena capacidad jurídica (seguía siendo sui iuris) si la poseía antes de casarse, o continuaba
sometida a la autoridad de su padre o tutor. El divorcio era, además, mucho más fácil y se decidía sin
especiales formalidades. Ésta forma laxa de matrimonio tuvo mucha difusión y en la práctica fue la
única en uso a partir de los últimos tiempos de la república.

Situación de la mujer. La mujer romana ocupaba dentro de la comunidad un papel muy
respetable. El honor que el Estado concedía a las Vestales era como un símbolo de la dignidad que
la matrona poseía en el hogar. Lejos de estar recluida en el gineceo, como la mujer griega, la romana
gozaba de una gran libertad de acción, y desde los últimos tiempos de la república abundan los
testimonios de su intervención en la política.
Dentro de la familia era realmente la señora (domina) de la casa, e intervenía en todos loa
asuntos domésticos de importancia. Se ocupaba en hilar y tejer, dirigía la educación de los hijos,
vigilaba la servidumbre y llevaba una activa vida social acompañando a su marido.


LA EDUCACIÓN DE LA JUVENTUD

Escuelas y maestros. A diferencia de Atenas o de Esparta, donde existían verdaderos
sistemas educativos, que perseguían la armónica formación del joven en su espíritu y en su cuerpo,
el Estado romano se desentendió por completo de la educación, dejándola al arbitrio de las familias.
Mientras se conservó la pureza de las antiguas costumbres, nada había que objetar a este proceder.
Dentro de la familia el niño era testigo de cómo su padre cumplía con sus deberes cívicos y
religiosos, aprendía las buenas maneras y se iniciaba en los ritos del culto doméstico. Pero cuando
degeneró la vida familiar, y el padre tuvo que atender a múltiples negocios, que a veces le imponían
ausencias de años enteros, la educación casera se hizo insuficiente y hubo que acudir a otros
procedimientos.
Las primeras letras podían aprenderse en casa, de labios de un esclavo generalmente de
origen griego. Pero también había escuelas públicas, aunque no oficiales (ludus o ludus litterarius),
dirigidas por un maestro de primeras letras, llamado litterator.

La enseñanza elemental consistía en lectura, escritura y cálculo. Éste constituía la materia más difícil, a causa sobre todo del incómodo sistema de la numeración romana. Para aprender el cálculo se ideó un ingenioso sistema de contar con los dedos, que toda persona culta debía conocer, y se inventaron ábacos o tablas de cálculo que permitían efectuar las cuatro operaciones fundamentales (addere, deducere, multiplicare, dividere).
Después de la segunda guerra púnica aparecieron las escuelas secundarias, regidas por un
grammaticus, según el modelo de las griegas. Eran esencialmente escuelas de lengua y literatura
griega, aunque las había que enseñaban en latín. Su finalidad principal era enseñar a expresarse con
elegancia y propiedad, tanto de palabra como por escrito. Las materias que hoy llamaríamos
científicas, geografía, física, astronomía, historia, eran tratadas sólo de paso, conforme salían en los
autores estudiados, y más como un objeto de adorno que por el interés que en sí mismas tuvieran.
La enseñanza superior y profesional apenas si existía en Roma. Para los jóvenes de las
clases elevadas, destinados desde la cuna a la acción política, no había más que las escuelas de
retórica, en las que aprendían el arte de hablar en público. SÍ aspiraban a una educación más
completa, tenían que dirigirse a Grecia, aunque desde el último siglo de la República fueron muchos
los griegos que se trasladaron a Roma para profesar la enseñanza de la filosofía.
Los jóvenes solían emprender los estudios superiores de retórica y filosofía después de
tomar la toga viril, o sea, a partir de loa 16 años. Durante la República suplían las deficiencias de los
grammatíci y rhetores por medio de un aprendizaje práctico, el llamado tirocinium:: acompañando a
un general, aprendían los rudimentos del arte militar (tirocinium, militiae), y ligándose a un hombre de
Estado o a un jurisconsulto eminente adquirían la ciencia política o del derecho (tirocinium fori).
LA CASA
El origen de la genuina casa romana es la vivienda de los labradores: una sola pieza
rectangular (atrium), donde se desarrollaba toda la vida de la familia. En ella estaba el hogar, que
servía a la vez de cocina y de altar de los Lares. Una claraboya cenital dejaba entrar luz y aire, y
también la lluvia. La inclinación de los tejados hacia adentro formaba el compluuium,; la pila o aljibe
en que se recogía el agua de lluvia entrada por el compluvium, recibía el nombre de impluuium.
De esta rudimentaria disposición surgió la casa típica de las familias acomodadas de Roma.
Alrededor del atrio fueron disponiéndose habitaciones independientes, sin otra luz que la puerta que
daba a aquél, dormitorios, cocinas y comedor (triclinium). La mayor de estas piezas era el tablinium,
dormitorio del pater familias, que a veces servía también de comedor y sala de reunión. El atrio
quedó así convertido en un patio central, en el que había un lararium o altar de los Lares, y los
armarios en que se guardaban los bustos de los antepasados.
(Ilustraciones interesantes:
“Casa romana primitiva, con atrium y pequeño jardín trasero”
“Planta de la casa anterior”
“Casa romana de tipo helenístico, con atrium y peristylum ”
“Planta de la casa anterior”)
A veces había también cuartos exteriores que no daban al atrio, sino a la calle, y que se
utilizaban como tiendas (tabernae).
La influencia griega modificó y amplió este tipo de casa con la introducción de otro patiojardín
posterior, el peristylum, rodeado de columnas; a su alrededor se abrían más habitaciones,
salones, comedores, dormitorios y cuartos de aseo.
Además de estas casas, destinadas a una sola familia, había grandes bloques de casas de
vecindad (insulae), de varias plantas, divididas en apartamentos análogos a nuestros modernos
pisos. La frecuencia con que se incendiaban indujo a poner límites a su altura; así Augusto prohibió
levantar edificios de más de 24 metros de elevación, y posteriormente se fijaron límites aún más
bajos.